Beethoven: Symphony No. 5

Hace unos días pasé por el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, porque tenía que hacer unos trámites en el centro. De regreso decidí cruzar la Alameda Central para dirigirme rumbo al metro Hidalgo, y en ese paseo me encontré con el famoso monumento a Beethoven, aquel que la comunidad alemana regaló a México en 1927, en plena República de Weimar.  



Me dio tristeza ver que este monumento, tan hermoso y significativo, estaba cubierto de grafitis. Es lamentable que muchas personas no tengan conciencia del valor histórico y cultural de estas obras, y crean que dañándolas harán más visible su causa. La verdad es que no lo logran: lo único que consiguen es generar rechazo y desprecio hacia ese tipo de actos. Pero dejando de lado mi enojo, y volviendo a la idea inicial de este texto, quiero aprovechar esta experiencia para hablar sobre el origen de la Quinta Sinfonía de Beethoven, que para mí es quizá la más reconocida de todas. Aunque muchas personas no lo sepan, esa célebre introducción ta-ta-ta-taaaan que hemos escuchado tantas veces en la televisión o en el cine, pertenece justamente al inicio de la Sinfonía No. 5.


Compuesta entre 1804 y 1808, la Sinfonía No. 5 en do menor, Op. 67, es una de las obras más emblemáticas de la música clásica. Su inconfundible motivo inicial ha sido interpretado como un símbolo de lucha, resistencia y triunfo. Beethoven comenzó a trabajar en ella mientras concluía su Tercera Sinfonía (Heroica), en un periodo complejo de su vida, marcado por el avance de su sordera progresiva, lo cual le generaba una profunda angustia personal. Finalmente, la obra fue estrenada el 22 de diciembre de 1808 en Viena, durante un histórico concierto de cuatro horas en el Theater an der Wien, que también incluyó el estreno de la Sexta Sinfonía, la Fantasía Coral y otras composiciones.

Para dar vida a la Quinta, Beethoven necesitó varios años de trabajo. La idea original surgió en 1804, pero el proyecto fue interrumpido en varias ocasiones mientras atendía otras creaciones, como la Sinfonía No. 4 y el Concierto para piano No. 4. En lo instrumental, fue innovador: amplió la orquesta tradicional al añadir trombones, contrafagot y piccolo en el último movimiento, además de los timbales, lo que otorgó un sonido poderoso y novedoso para la época. A nivel musical, la obra se distingue por su extraordinaria cohesión: ese breve motivo inicial de cuatro notas se repite, se transforma y reaparece a lo largo de la sinfonía, demostrando la maestría de Beethoven en el arte de la variación. Todo esto fue posible gracias al apoyo de sus mecenas, entre ellos el Archiduque Rodolfo, el Príncipe Lobkowitz y el Príncipe Kinsky, quienes le dieron la libertad de concentrarse en su creación musical.

Ese arranque, con tres notas cortas seguidas de una larga, ha sido descrito como “el destino llamando a la puerta”, según relató su biógrafo Anton Schindler. Aunque algunos musicólogos ponen en duda la veracidad de la anécdota, la frase quedó grabada para siempre en la memoria colectiva.

La Quinta Sinfonía ha sido interpretada a lo largo de la historia como un himno de lucha y de victoria. Durante la Segunda Guerra Mundial, su motivo inicial se asoció con la letra V de “Victory” en código Morse, lo que reforzó su simbolismo. Con el paso del tiempo, se consolidó como una obra clave en la transición del clasicismo al romanticismo, y como uno de los pilares más firmes del repertorio sinfónico. Su influencia no solo alcanzó a generaciones de compositores posteriores, sino que también se filtró en la cultura popular, dejando huella en el cine, la publicidad e incluso en la política.

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