Marco Rubio llega a México: cooperación, tensiones y soberanía en juego
El 3 de septiembre de 2025, el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, arribó al aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, llego con un día muy lluvioso, en lo que se ha convertido en una visita cargada de simbolismo, prioridades diplomáticas concretas y algunos roces inevitables. Su viaje se da en medio de la ofensiva del gobierno de Donald Trump contra el narcotráfico, la inmigración ilegal, y tras un reciente ataque militar estadounidense en aguas del Caribe atribuible a Venezuela.
Rubio se reunió con la presidenta Claudia Sheinbaum y con el canciller Juan Ramón de la Fuente, donde ambos gobiernos prometieron trabajar más estrechamente en seguridad, migración y combate a los cárteles.
México por su parte hizo énfasis en que toda cooperación debe respetar la soberanía nacional. Es decir, que las operaciones conjuntas, el intercambio de información o cualquier acción de seguridad, se hagan con el consentimiento claro y sin sobrepasar los límites territoriales mexicanos.
Un punto clave de la visita fue la creación de un grupo de alto nivel para implementar compromisos de seguridad, coordinado entre ambos países, que supervise cómo se aplican acuerdos en temas como lucha contra tráfico de drogas, armas, dinero ilícito y redes de crimen organizado.
También se tocó el tema migratorio: México espera que los esfuerzos estadounidenses no generen presiones unilaterales, y ha condicionado su participación al respeto de leyes, derechos humanos y acuerdos mutuos.
No obstante, las tensiones están latentes. El ataque reciente de EE.UU. a una embarcación venezolana que, según su versión, transportaba drogas, se sobrepuso a la visita como tema polémico.
México sostuvo una postura ambivalente: no condena explícita, pero demanda explicaciones y subraya que cualquier acción de este tipo debe ser compatible con el derecho internacional y la autonomía mexicana.
En resumen, la presencia de Rubio en México marca un momento de convergencia entre objetivos de seguridad, pero también es un recordatorio de los límites que impone la soberanía estatal en acuerdos binacionales. Si bien ambos gobiernos desean reforzar la cooperación —ante amenazas compartidas como el narcotráfico, la migración irregular y la influencia extranjera en el hemisferio—, el éxito dependerá de que esa colaboración no se convierta en línea divisoria donde los compromisos violenten principios básicos de independencia y control territorial.
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